20 diciembre 2010

Utopía


Vengo de un país que desconocía a Papá Noel y al ratoncito Pérez, y en el que las madres zurcían los descosidos, y de un pantalón viejo del padre hacían dos pantalones para los hijos. La familia cuidaba a los pequeños y a los abuelos y en las puertas siempre estaban las llaves puestas ofreciendo la casa a los vecinos.Todos nos conocían por nuestros padres, yo era el hijo de Pepe el Braso y de Rosa la Rosca. Respetábamos a nuestros mayores y a su mundo porque también ellos lo respetaban.

En mi nuevo país no tengo familia ni vecinos, pero sí una alarma conectada con la policía, y me conocen por mis hijos, soy el papá de Alba y de Zoe.Hemos descubierto a Papá Noel y al ratoncito Pérez pero ya no podemos cuidar ni a nuestros hijos ni a nuestros mayores.

Hemos cambiado la bicicleta por el todo terreno último modelo, pero no llegamos a tiempo a ninguna parte.Es el tributo de la libertad (a la que no quiero renunciar) y del progreso pero, soy egoísta, me hubiera gustado vivir en un mundo que tuviera, a la vez, lo mejor de esos dos países, ¿es una utopía?.

16 septiembre 2010


Padres e hijos


Cada vez que mi padre volvía al cementerio de Paterna, a visitar la tumba del abuelo, se ponía a llorar como un niño. El abuelo fue uno de los miles de republicanos fusilados y enterrados en las fosas comunes de Paterna. Dejó viuda y dos hijos, mi padre con nueve años y mi tío con cinco. Con el tiempo entendí que el que lloraba en cada ocasión, por muchos años que hubieran pasado, era, realmente, aquel niño que se quedó huérfano de padre con apenas nueve años.

Poco después de nacer mi hija mayor murió el hermano de mi suegra. En el entierro me impresionaron los gritos desgarradores de su hija, una mujer de más de cincuenta años, llamando por última vez a su padre. Esos terribles lamentos salían del cuerpo de una mujer mayor pero brotaban, de muy adentro, de la niña que lloraba la perdida de su padre. Los lazos entre padres e hijos son muy especiales. En lo racional van modificándose y, con el tiempo, parecen cambiarse los papeles, pero en lo más profundo permanecen igual que cuando se establecieron.

Con el primer hijo, se llega a entender mucho mejor el valor de una vida. Parece que, en cierta forma, te haces mayor. Pero con la muerte del padre o de la madre te das cuenta de que el niño que creías haber dejado atrás seguirá siempre contigo. Con esa muerte el niño vuelve a llorar y a añorar al progenitor perdido. Lo reconoces ocupando un particular rincón del corazón que creías perdido para siempre.

Padres e hijos, a pesar de nuestra especial relación, nunca llegamos a entender de verdad ni la vida ni la muerte, sólo nos acostumbramos a ellas. Como una y otra es posible que nosotros también seamos las dos caras de la misma moneda. El eterno círculo, el ser o no ser, la eterna pregunta.

15 septiembre 2010


Marujita, un carrusel entrañable.



En plena Avenida de Torrent, algo más arriba de la estación de metro Avenida, pervive la mágica ilusión de un carrusel de antaño: el carrusel Marujita. Permanece anclado en un tiempo que parece ya casi perdido, un tiempo más tranquilo y pausado, más humano. Allí he llevado muchos domingos a mis hijas. Primero tenía que subir con ellas porque eran pequeñas, después subían solas y, finalmente, de mayores ya no podían subir porque los caballitos y los coches se les quedaban pequeños. Han ido creciendo. Todo ha ido cambiando, con la velocidad propia de esta sociedad nueva, y el carrusel, sin parar de dar vueltas, ha ido quedándose atrás.

Ayer por la tarde pasé por delante y lo volví a ver, como tantas veces. Pero en esta ocasión parecía quererme decir algo. Me miró y su añada y entrañable mirada me llegó al alma. Un padre esperaba sentado que se pusiera en marcha el carrusel. La dueña estaba, como siempre, en la taquilla donde vende los viajes, junto a su remolque-hogar decorado con macetas de flores que le dan cierto toque sedentario, de final de camino, a lo que ha debido ser una vida itinerante.

Niños riendo, globos de colores, música y luces. Vueltas y más vueltas. El pequeño carrusel resiste heroicamente a las embestidas de “modernidad” que acabarán desplazándolo y colocando en su lugar algún edificio de oficinas al que, sin duda, llamarán Edificio Carrusel.

04 junio 2010

El ángel de Vicente


Ha fallecido mi buen amigo Vicente Martí. Hace mucho me contó una estremecedora historia, tanto más impresionante viniendo de una persona con los pies bien sujetos al suelo, como era él. Me ha venido a la memoria a propósito del empeoramiento de su salud y posterior, y reciente, fallecimiento.


Ocurrió hace años, cuando permanecía junto al lecho de muerte de su padre. Una noche, empezó a ver a una joven y hermosísima mujer, vestida con bellos ropajes, que se acercaba a la puerta de la habitación. Intentaba entrar y él se lo impedía. Sabía que si la dejaba acercarse se llevaría a su padre y, durante días, trató de resistir y vencer el sueño para evitar que se lo llevara. Al final le venció el cansancio, cayó en un sueño profundo y cuando despertó sobresaltado se dio cuenta de que su padre había muerto.


Los últimos días, cuando ya sabía que Vicente se encontraba en el mismo trance, no he dejado de pensar en la hermosa mujer que se llevó a su padre. Sabía que volvería a por él y le daría la paz que le había quitado la terrible enfermedad que lo aquejaba. Él pensaba que esa mujer era la muerte, pero yo siempre he creído que era un ángel. Creo que en el último momento dejó que la viese otra vez y le dijo que lo iba a llevar junto a su padre.

01 junio 2010

Los ojos de la ballena


Una diminuta hamster, un gato, un monito, un toro o un elefante. En todos he observado la misma cándida mirada. Una mirada inocente, sin doblez, que nos descubre lo que están pensando, lo que van a hacer, lo que les preocupa o lo que les asusta. Esa mirada es como un hermoso libro abierto ante nuestra inteligencia y sensibilidad. Desde el animal más pequeño hasta el más grande son incapaces de ocultarnos su alma tan hermosa y blanca.

Nunca he visto, en vivo, una ballena y menos su mirada, pero podría asegurar que nos mostraría la misma alma. Recuerdo una escena en la televisión en la que se veía a una persona buceando alrededor de una inmensa ballena. Siempre recordaré el extremado cuidado del animal que se percataba, perfectamente, de que con un brusco movimiento sería capaz de destruir al extraño intruso. Ella con su "educación" natural era capaz de contener su enorme potencia para no dañar a la persona. ¿Dónde ha quedado nuestra educación natural? Con nuestro inmenso poder, fruto de la inteligencia que se nos ha dado, somos incapaces de respetar a la infinidad de criaturas que nos miran con sus inocentes ojos.

Y son hijos de la misma madre, la Tierra, e hijos del mismo padre, el Sol.

19 mayo 2010

Una mañana en el cementerio y la vida




Muchos sábados visito el cementerio de mi pueblo, Alginet, con mi madre. Primero vamos a ver a mi padre, recientemente fallecido, después a mi abuela Angelita, a mis abuelos Voro y María y a mi tía María, la hermana de mi madre. Según esté el ánimo seguimos visitando a algún miembro más de la familia o conocido, mi madrina, el tío Salvador, el tío Alfredo... y durante el trayecto me fijo en infinidad de fotos. Algunas de las personas que representan las conocía y hace años que no las he visto: me entero en ese momento que han dejado esta vida y cuando ocurrió. El tiempo parece detenerse y, en medio de esa atmósfera de calma, se respira paz y cierta sensación de círculo cerrado y orden. Finalmente, todo parece estar en calma y en su sitio. A veces, dolorosamente en su sitio. Hay niños, jóvenes, matrimonios cuyas muertes se han sucedido en pocos meses o en muchos años, familias enteras... Hay tumbas cuajadas de flores y otras, las menos, sin ninguna flor. Una madre besa la foto de su hija fallecida, con apenas cuarenta años, y la hermana la sigue y se despide de ella con lágrimas en los ojos. Mujeres, normalmente mayores, barriendo junto a la tumba del ser querido, arreglando las flores, limpiando los mármoles y llorando, o hablando en calmadas y rutinarias conversaciones.

Después del recorrido volvemos con mi padre, el principio y el fin de la visita, nuestro pequeño homenaje. Mi madre llora y me arrastra a la salida, se apoya en mi hombro y procuro reconfortarla. Toda una vida juntos, desde los 13 y los 15 años, mucho trabajo y sufrimiento, una vida dura, la guerra y la posguerra, la esperanza de una vida juntos, la crianza de los hijos, la alegría de los nietos, la vejez y la muerte... y la vida. La vida sigue.

18 enero 2010

Colacao


Después de cenar, me estoy tomando un colacao calentito. Su sabor característico me transporta a otra época, ya lejana. Apenas tengo seis o siete años y estoy merendando en la cocina de la casa de mis padres. Oigo la canción característica que lo anunciaba en la radio, y me caliento en la estufa de hierro de la que sale un gran tubo que se mete en la chimenea. Aquella chimenea pudo truncar el futuro de toda mi familia, estuvo a punto de costarnos la vida a mí y a mi hermanito.



Por aquella época mi padre decidió tirar abajo la chimenea porque quitaba mucho espacio a la cocina. Después, posiblemente, pensaba en rehabilitarla y modernizarla en parte. Una tarde, mi padre se puso manos a la obra y empezó a picarla, situado a uno de sus lados. Mi hermanito y yo estábamos jugando con nuestras cosas y, en un momento determinado, nos dijo que saliéramos fuera de la cocina a comernos el bocadillo, para merendar, que nos había puesto mi madre. Apenas habían pasado unos segundos, la inmensa chimenea, hecha con aquellos antiguos ladrillos macizos de color amarillento, se desplomó llenando de cascotes toda la pequeña cocina. Aún recuerdo a mi padre paralizado, junto a la pared, con la "picoleta" en la mano. Él no era nada religioso, pero no pudo por menos que exclamar que hay Dios, y nos acababa de salvar la vida.

Cuando vino mi madre se lo contamos y nos pusimos todos a llorar. Esa noche hicimos una cena especial. Era verano y recuerdo que cenamos "a la fresca", en el pequeño patio interior de la casa, dando gracias a un Dios al que no solíamos invocar demasiado en mi casa. Después de más de cuarenta años, el sabor de este cacao, asociado a mis vivencias en la vieja cocina de la casa de mis padres, todavía es capaz de hacerme evocar aquellos remotos acontecimientos. .

11 enero 2010


El hilo de la vida


Hay muchas formas de interpretar un mismo hecho. Hace un tiempo, cuando por alguna circunstancia tenía que ir al hospital y veía, en consultas externas, a los pacientes de oncología con las vías preparadas para la administración de la quimioterapia me daban una terrible impresión. La impresión de que la muerte les rondaba cerca, muy cerca. Las últimas veces ya no fue igual. Mi padre estaba aquejado de un cáncer de colon en estado terminal, y mientras la mayoría de los pacientes que compartían la consulta del oncólogo tenían instalada la vía de quimioterapia él no la llevaba porque, de hecho, ya estaba condenado.

El hilo de la muerte empezó a parecerme el hilo de la vida, y las personas que lo llevaban me parecían privilegiados comparados con mi padre y con la suerte que le esperaba. Mi amigo Vicente está ahora pendiente de ese hilo sutil y milagroso, espero con todas mis fuerzas que sea un hilo de vida, un poderoso hilo de vida futura.