15 septiembre 2010


Marujita, un carrusel entrañable.



En plena Avenida de Torrent, algo más arriba de la estación de metro Avenida, pervive la mágica ilusión de un carrusel de antaño: el carrusel Marujita. Permanece anclado en un tiempo que parece ya casi perdido, un tiempo más tranquilo y pausado, más humano. Allí he llevado muchos domingos a mis hijas. Primero tenía que subir con ellas porque eran pequeñas, después subían solas y, finalmente, de mayores ya no podían subir porque los caballitos y los coches se les quedaban pequeños. Han ido creciendo. Todo ha ido cambiando, con la velocidad propia de esta sociedad nueva, y el carrusel, sin parar de dar vueltas, ha ido quedándose atrás.

Ayer por la tarde pasé por delante y lo volví a ver, como tantas veces. Pero en esta ocasión parecía quererme decir algo. Me miró y su añada y entrañable mirada me llegó al alma. Un padre esperaba sentado que se pusiera en marcha el carrusel. La dueña estaba, como siempre, en la taquilla donde vende los viajes, junto a su remolque-hogar decorado con macetas de flores que le dan cierto toque sedentario, de final de camino, a lo que ha debido ser una vida itinerante.

Niños riendo, globos de colores, música y luces. Vueltas y más vueltas. El pequeño carrusel resiste heroicamente a las embestidas de “modernidad” que acabarán desplazándolo y colocando en su lugar algún edificio de oficinas al que, sin duda, llamarán Edificio Carrusel.

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