17 noviembre 2009


Tenemos un problema


En la reciente visita del presidente Barack Obama a China se entrevistó con jóvenes estudiantes chinos. El encuentro que fue silenciado por los medios chinos representa el problema que tienen las autoridades comunistas, China y todos nosotros. Tal como les dijo Obama a los jóvenes, la libertad de información, de pensamiento y otros derechos humanos y políticos son valores de dimensión universal que ningún país, China incluido, puede conculcar.

¿Y por qué es un problema? Porque, precisamente, eso es completamente cierto en China, en Irán, en Estados Unidos o en Cuba. Es algo universal que van a reclamar, cada vez más abiertamente los chinos. Es imparable por ese régimen y por cualquiera, y al final va a sembrar el país de una inestabilidad totalmente incompatible con sus estructuras actuales de poder. A muy medio plazo, la estabilidad de este gigante es imposible bajo las actuales circunstancias de falta de derechos fundamentales en una sociedad pujante, y su tambaleo hará temblar la propia estabilidad del planeta. Ese es su problema y el nuestro.

04 septiembre 2009

Padres e hijos



Una noche, cuando yo tendría unos cinco años y me iba a acostar, le pregunté a mi padre sobre el extraño y rítmico ruido que escuchaba al pegar mis orejas a la almohada. Mi padre, que era ferroviario y un pelín socarron, no dudó en responderme que eso era el traqueteo del tren.No sé por qué recuerdo con tanta nitidez aquella conversación, supongo que debió extrañarme pero lo creí, y no dudé de sus palabras porque era mi padre y en esa tierna infancia los padres son nuestros dioses particulares, hermosos y omnipotentes.

Conforme nos hacemos mayores los hacemos caer de ese Olimpo, pero con el tiempo vuelve aquel niño, que nunca dejamos de ser, y los añoramos.Ya no son los más hermosos ni los más poderosos, pero buscamos en nuestro corazón y volvemos a encontrarlos junto al niño que fuimos.

Hace casi ocho meses que ha fallecido, el traqueteo de su tren se detuvo un domingo soleado de enero, en una triste cama de un gris hospital. Y cada vez que voy al cementerio a visitarlo no lo encuentro allí. Lo encuentro en los recuerdos de aquel niño, en el espejo que cada día devuelve mi imagen y la suya.

17 febrero 2009

Noticias de vida

Los años y las penas nos van arrebatando esperanzas, lozanía, ilusiones... Van cubriendo los fulgores de nuestra juventud; merman nuestras fuerzas y nos ganan, una a una, las batallas de la vida.

Cuántas veces la guerra parece perdida, y el último rescoldo de vigor apagado. Entonces, cuando menos se espera, por sorpresa, nuestro corazón es capaz todavía de rendir al enemigo, y de ganarle alguna batalla. Su reconfortante y fugaz victoria nos permite seguir librando batallas en una guerra, de antemano, perdida.

Ayer, cuando fui a visitar a mis padres, asistí a una de esas gloriosas y breves victorias. Radiantes, me enseñaron una tarta: iban a celebrar los cincuenta años del día en que se hicieron novios. Después de meses de espera y de superar, mi padre, dos recientes intervenciones quirúrgicas, sus corazones volvían a latir con esperanza. Ni los años pasados, ni las penas vividas, pudieron borrar el destello de vida en sus ojos.Volvieron a ser dos adolescentes, de trece y quince años; el tiempo desanduvo su camino;otra vez, por un instante, miraron a la vida con la ilusión que sólo es capaz de provocarun amor de tan corta edad.

Mientras me hablaban, sentí la ternura por los seres queridos; cuando se descubre su lado más frágil y humano. Me reconfortó el percibir la única parte, de nuestro ser, capaz de ganarle batallas al tiempo...

Hace trece años tuvieron el detalle de publicar esta carta en el periódico Levante de Valencia. Se cumplían 50 años desde que mis padres se hicieron novios y quise hacerles ese pequeño regalo. Hoy hace dos semanas que, después de una larga enfermedad, enterramos a mi padre y vuelvo a publicarlo en mi blog.

A mis padres Rosa Fargueta Roig y José Ruiz Benito (D.E.P).

28 enero 2009

Mi familia y la guerra.

Pertenezco a la tercera generación de la guerra. Mi abuelo hizo la guerra, mi padre tenía seis años cuando comenzó, pero también la vivió. Yo la he vivido a través de sus recuerdos, he crecido con esos recuerdos, con los de mi madre, con los de mi abuela... Para nuestros hijos, finalmente, la guerra pasará a formar parte de la Historia...

En noviembre de 1995 visité la tumba de mi abuelo. Aquella visita desencadenó un mar de sentimientos, pensamientos y recuerdos que trato de plasmar en las palabras que escribo a continuación. Han pasado más de 70 años desde que empezó aquella pesadilla, y si de algo podemos estar seguros es de que nunca debió suceder.


Visita a la tumba del abuelo.
Hacía tiempo que quería visitar la tumba de mi abuelo Pepe. Desde que tenía unos veinte años no había vuelto al cementerio de Paterna. En aquella ocasión fui con mi padre y con mi tío Ángel. Recuerdo que mi tío me hizo una serie de amargos comentarios sobre la muerte del abuelo, sobre su fusilamiento y sobre la persona, directamente responsable, en Alginet ,de su apresamiento y posterior ejecución.

Muchas veces, en el pueblo, había tenido que cambiar de acera y morderse los labios de rabia al verle pasar . Habló de que en la fosa había varios centenares de personas y apostilló algo sobre el tiro de gracia a los fusilados. Todos estos recuerdos iban acudiendo a mi pensamiento conforme me acercaba al cementerio. Había acabado de trabajar un poco antes de lo normal y no dudé en aprovechar la ocasión para hacer una visita a mi abuelo. Además hacía pocos días que había sido el día de todos los santos.

Por esas fechas, nos acordamos, un poco más, de todos los que nos han dejado de una forma u otra, en paz o en guerra. No recordaba el camino y di algunas vueltas antes de llegar. Finalmente, encontré el cementerio. Entré por la puerta principal y empecé a buscar la fosa 21.
Cuando la encontré, entre los nombres que leí no estaba el de mi abuelo. Según recordaba la fosa estaba más cerca del muro, así que seguí buscando y la encontré enseguida .Era aquella, pero el número había cambiado. Allí estaba el nombre: José Ruiz Blasco, labrador, Alginet. Figuraba también la fecha de la "saca" en la que lo fusilaron.

Me estremecí al leerla : cuando lo mataron tenía mi misma edad, 39 años. Después de 57 años de su muerte, en cierta forma, nos encontrábamos en la misma edad, abuelo y nieto.
Recuerdos.
Siempre me he sentido muy unido al recuerdo de mi abuelo. Posiblemente, por la forma en que murió, y, por tantas cosas que me han contado de él, sobre todo mi abuela Angelita, su mujer. Después de tantos años, aún, en ocasiones, no podía soportar la rabia y el dolor y nos hablaba de él, entre sollozos.

La guerra civil la he vivido, desde pequeño, a través de los recuerdos de mis padres y de mi abuela. Cuando empezó mi madre tenía tres años, pero se acuerda de forma vívida de como la gente sacaba los objetos de la ermita a la calle y los arrastraba y amontonaba .Mi padre tenía, entonces, seis años; recuerda los bombardeos de la "paba", unos oscuros aviones que, de vez en cuando, bombardeaban la fábrica de armas, junto a la estación. Los chiquillos jugaban en la calle con un palito atado, a modo de collar, que tenían que apretar entre los dientes. De esa forma, se
evitaban lesiones en el oído ocasionadas por las fuertes detonaciones de las bombas Una vez, contaba mi padre que, uno de esos bombardeos le pilló jugando en el campo. Se puso el palito entre los dientes y, muerto de miedo, fue rodeando una higuera, cogido a su tronco, conforme daban la vuelta los aviones. En otra ocasión, huyendo de los ametrallamientos a que les sometía la "pava", mi abuelo corrió y se dejó caer en una zanja sin saber que ya estaba ocupada por una vecina del pueblo.

Durante el verano se solía cenar al fresco y no era extraño que el bombardeo les pillara con la mesa puesta. Mis abuelos y sus dos hijos, debían correr a buscar refugio. Durante una de esas carreras contra la muerte, una temporada que estuvieron en Denia, mi padre recuerda que perdió las alpargatas y no se dio cuenta, hasta mucho más tarde, de que iba descalzo. Esas anécdotas formaban parte de la vida cotidiana durante la guerra.

En general, la impresión que me transmitieron del bando republicano era de falta de organización. No era extraño que los más jóvenes (supongo que al final de la guerra) desertaran y volvieran a su casa. A uno de mis familiares, perteneciente a "la quinta del biberón", porque los alistaron con 18 años, lo tuvieron que ir a buscar a su casa un par de veces. A los encargados de ir por los pueblos recogiéndolos les llamaban " los de la cigüeña".

El tío Paco el “barber”.
El tío Paco "el barber" es otra persona que me ha contado cosas de aquella época . También era de esa quinta . Se lo llevaron a los 18 años y después de la guerra hizo tres años más de mili ( a muchos les pasó eso). Se pusieron a enseñarle el código de comunicación con las "banderitas". Lo hacía muy bien ,hasta que se dio cuenta que el de la "banderita", subido a la loma más alta, era el primero en caer. De jovencito me gustaba ir a su barbería porque siempre estaba llena de abuelos que hablaban de aquellos tiempos.

Mi padre y el abuelo.
El recuerdo que tiene mi padre del abuelo es el de una persona cariñosa y permisiva . En cierta ocasión, cuando se encontraban en el mercado de un pueblo cercano vendiendo verduras, mi padre se encaprichó de una pistolita (de las de verdad) que llevaba un señor. Mi abuelo, no dudó en cambiarle la pistolita por la pistola del nueve que llevaba él. Con esa pistolita, previamente inutilizada, jugaba mi padre a derribar aviones con sus amiguitos. En otra ocasión el deseo de mi padre de llevar de la mano al animal que tiraba del carro con las hortalizas estuvo a punto de costarle un disgusto. Mi abuelo, imprudentemente, consintió que el niño, con apenas ocho años,
manejara al animal y una de aquellas enormes ruedas, de madera con canto de hierro ,le pasó por encima del pie. Por fortuna el pie se encajó en un pequeño agujero y el daño fue mínimo, de lo contrario se lo habría destrozado. Son los recuerdos de un niño de 9 años, siempre lo serán; los buenos y los malos. Ahora tiene 66, y, el otro día aún lloró con amargura al recordar la última Navidad que pasaron juntos ( mi abuelo ya estaba en la prisión, le quedaban escasos días de vida). Le recordaba feliz con su hermanito de cuatro años en brazos. Por muchos años que cumpla siempre será el niño de 9 años al que los fascistas mataron a su padre. Esos recuerdos nunca se olvidan.

Sobre mi familia
De mis bisabuelos sé muy poco. Eran de Castilla y tuvieron cuatro hijos , Joaquín, Sebastián, Carmen y José. Cuando nació mi abuelo su madre murió en el parto. Lo crió una señora que le llamaban la "tía Brassa". Ese apodo acompañó a mi abuelo durante toda su vida, y aún hoy en el pueblo somos los "Brassos".

Mi abuelo era anarquista de la CNT-FAI, en mi familia todos lo eran : él y mis tres tíos. En Alginet se formó un Comité de Traballadors Lliures que regía los destinos del pueblo y mi abuelo tuvo una notable influencia en el mismo. Fue su presidente durante un año. Las tierras del pueblo se juntaron en una comunidad de bienes y eran trabajadas por todos. Eso, lógicamente, no era bien visto por los mayores propietarios y fue una de las causas de su muerte. Otra de las causas fue su falta de mano izquierda. Era un idealista de los de entonces, convencido de las ideas libertarias. Su convicción era tan fuerte que no se paraba a pensar en las consecuencias de una acción, si consideraba que esa acción estaba de acuerdo con las ideas que defendía. Un día un
trabajador fue a comprarse unas alpargatas y el dueño de la zapatería no se las vendió porque le faltaban unos céntimos. Cuando él se enteró volvió a la zapatería con el trabajador y obligó al dueño a que se las vendiera. Cuando acabó la guerra, posiblemente, tenía un enemigo en el zapatero, el trabajador que salió beneficiado, en cambio, aunque no era su enemigo tampoco levantó un dedo por ayudarle. En el caso de los grandes propietarios de la tierra debió pasar algo parecido. Eran sus enemigos y los trabajadores, a los cuales el Comité había ayudado, no hicieron nada para impedir su muerte.

Estuvo volcado en cuerpo y alma por la causa anarquista y republicana. Cuando había que llevar suministros al frente y se pedían voluntarios él siempre era el primero, al contrario que la mayoría que siempre encontraban excusas para no abandonar sus menesteres. En sus largas ausencias su familia debía ir a comer a casa de los abuelos (mis bisabuelos Vicenta María y Antonio). Mi abuela, mucho más pragmática le reprochó muchas veces que no se aprovechara de su posición en beneficio de su familia. Su pensamiento estaba muy lejos de todo eso, en uno de esos viajes al frente, cuando se encontraban descansando ante un precipicio, le dijo a uno de
sus compañeros que no dudaría en tirarse si con su muerte acababa la guerra. El compañero no lo entendió, de hecho, después lo contó como una prueba del fanatismo de mi abuelo.

Mis abuelos estaban muy ligados a la familia de mi abuela, mis bisabuelos Vicenta María y Antonio y sus hijos Pepe,"Visantico", Toni, María y Enrique. El mayor era mi tío Toni, le cogían " ataquitos", como decían antes a todo tipo de enfermedades.
Decía hablar con los difuntos y desde muy pequeño, fue un niño algo especial. Una vez, se volvieron locos buscándolo por toda la casa y los alrededores. Cuando ya habían perdido la esperanza, lo encontraron dentro de la chimenea, recto como un palo, sobre el clavo del que se colgaban las tenazas. Cuando murió mi abuelo decía verlo sentado a la mesa, junto a su familia. También decía ver a un viejecito, de pelo blanco y larga barba, con el que conversaba.

Iba a recoger pelotas al "trinquet" y le daban algunos céntimos. El pobre ahorraba el dinero y se coleccionaba pesetas en un saquito. Durante años, mucho después de morir él, mi hermano y yo jugábamos con aquellas pesetas. Pocos días antes de dejar este mundo decía haber hablado con su maestro, el viejecito de larga barba blanca. Le advirtió que se lo iba a llevar con él. Así fue.

Mis tíos Pepe y "Visantico", cuando empezó la guerra se fueron voluntarios. Pepe era el mayor, "Visantico" tenía 18 años. Quería alistarse en la Marina, pero, al llegar a Valencia y subirse al tranvía se mareó. Supongo que eso le hizo desistir. Era muy "melindre" para comer, pero el pobre cuando vino en el primer permiso se lo comía todo. En otro de los permisos trajo una bolsa llena de billetes de dinero nacional, mi bisabuela lo quemó todo. Después de la guerra era el único dinero que valía . Luchó en el frente de Teruel y llegó a ser teniente. Lo último que sabemos de él es que estaba herido, en la cabeza, en un hospital de campaña, cuando los nacionales lo capturaron. Al no saber su muerte con certeza, su madre estuvo esperando toda su vida a que, en cualquier momento, volviera. De pequeño recuerdo haber esperado, yo también, su regreso.

Mi tío Pepe murió en un hospital al gangrenársele una herida de guerra. A los dos se los llevó la bestia de la guerra ,y, a mi abuelo el odio, que ella generó en los corazones. Esa fue la principal causa de su muerte. Una noche, cuando estaba cenando en casa, con su familia, se oyeron unos tiros. Mi abuelo salió corriendo para averiguar lo que ocurría. Al aparecer un hombre, que se encontraba en la prisión del pueblo, intentó escapar y fue abatido por el centinela. La familia del prisionero responsabilizó a mi abuelo de su muerte.

Hubo un periodo terrible en el que pasaba por los pueblos una camioneta que se iba llenando de supuestos fascistas. Más de una vez mi abuelo tuvo que interceder por gente del pueblo. Recuerdo el caso de D. José, el médico. Ya lo habían subido para llevárselo y mi abuelo los obligó a bajarlo, no sin riesgo para su integridad.

Después de la guerra.

Cuando acabó la guerra, mi abuelo estaba en Denia, en un batallón de fortificaciones de la costa. LLegó un barco que les llevó a Barcelona y de allí muchos de sus compañeros huyeron a Francia. Esa era la esperanza de mi familia, pero mi abuelo volvió. Se habían repartido por doquier unos pasquines en los que se aseguraba que todo aquel que no se hubiera " ensuciado las manos de sangre" no debía temer lo más mínimo. Mi abuelo pecó de ingenuo, volvió y se entregó, esperando que no le pasaría nada. Pero no fue así, inmediatamente quedó preso en el pueblo. Mi padre lo visitaba todos los días. Un día, los hombres no lo querían dejar pasar, pero él no les hizo caso y se fue corriendo, como todos los días, a verlo: estaba tendido con la cara destrozada.
Los familiares del prisionero que intentó huir se habían ensañado con él. A partir de ahí mi abuelo y su familia vivieron un infierno que acabó un triste día de enero de 1940, en Paterna.

No sé la implicación de mi abuelo en la muerte de aquella persona, pero parece ridículo pensar que si tuvo responsabilidad directa se atreviera a regresar como lo hizo. Más aún teniendo, como tuvo, la ocasión de huir a Francia.

Fue juzgado y condenado a muerte. Durante el juicio, posiblemente, quisieron que delatara a alguno, o algunos, de sus compañeros. De ese episodio sólo recuerdo una frase que me repitió mi abuela, y que me hace pensar en eso. La frase venía a decir que había tirado, bien lejos, las llaves que podrían abrir su confesión. En su condena, curiosamente, no figura la responsabilidad de ninguna muerte. Lo condenaron por "rebelión" militar. Los que se rebelaron, de forma cruenta, contra la legalidad republicana establecida, paradójicamente, lo condenaron por rebelión militar.
Pasó por varias cárceles sin saber nunca el día de su ejecución: San Miguel de los Reyes, la Modelo de Valencia y Paterna. Casi se volvió loco. De esa época y del tiempo que estuvo en el batallón de costas guardamos sus cartas a mi abuela. La diferencia entre unas y otras es brutal. Las cartas desde la cárcel pasaban la censura militar y empezaban siempre con un "viva Franco". Eran postales, por una parte se podía escribir y por la otra aparecían las banderas de España, Italia y Alemania, entrelazadas con las frases:"Arriba España", "Viva L`Italia", "Heil Hitler". En estas postales se tenía que limitar a preguntar cosas sobre sus hijos, dar algún que otro recuerdo a los amigos y la familia y pedir alpargatas, tabaco...ropa de abrigo. A mi abuela pasó de llamarle "compañera" a "querida esposa".

La última alegría que le quedaba en esta vida se la dieron mi abuela y sus hijos la navidad del año 39. Fue la última vez que estuvieron los cuatro juntos. En la carta que escribió pocos días después se nota su emoción y un rayo de esperanza. No tardaría en apagarse.

Pero no se conformaron con matarlo, querían arrebatarnos su memoria. Después de ejecutarlos no guardaban relación de los enterramientos en cada una de las fosas. Afortunadamente siempre hay gente buena, el enterrador guardaba trocitos de sus ropas, o algún objeto personal, para que los familiares supieran la tumba del ser querido. Mi abuela decía que siempre se inclinó por una esquinita de la fosa. Creía sentir que su marido se encontraba en esa esquina. Allí pusieron, la primera vez, su nombre.

El día que lo mataron, todavía le recogieron a mi abuela la ropa limpia. Poco tiempo después llegó al pueblo el indulto firmado por Franco, nadie se atrevió a dárselo.

En la fosa veintiuno te enterraron...
Sólo las ropas, que vestías, fueron
testigos de tu triste paradero.
En la tierra que trabajó tu mano,

en sus mismas entrañas, olvidado,
surgió otra vez tu nombre, tu recuerdo,
junto al, de cientos, de tus compañeros.
Tu memoria no han podido arrancarnos...

En Paterna, las balas asesinas,
no consiguieron, jamás, borrar tu huella
ni tu aliento que, ahora, todavía,

junto a nuestros corazones, resuella.
Conservaremos tu memoria viva
mientras existan Sol, Luna y estrellas.




El olvido.
Durante años mi padre apenas me habló de todo esto. Todo lo que yo sabía era a través de mi abuela que, de tarde en tarde, sobre todo haciendo referencia a alguna noticia sobre Franco, empezaba llamándole fascista y acababa contándonos cosas de la guerra. Esa palabra la escuchaba sin entenderla pues en la asignatura de "Formación del espíritu nacional", en la escuela, se hacía una propaganda estupenda del régimen y del jefe del estado que mis padres no contradecían. Las dosis de contra-información siempre eran muy medidas porque temían que nos buscáramos problemas si crecíamos, tanto mi hermano como yo, en un ambiente demasiado hostil al régimen. Por otra parte, aunque sabíamos que el responsable directo de la muerte de mi abuelo era del pueblo y seguía viviendo allí, nunca nos dijeron quien era ni a que familia pertenecía. Actitudes así han permitido una transición pacífica hacia la democracia de la que disfrutamos actualmente.

Reflexiones.
Delante de la fosa acudieron mil recuerdos y sentimientos. El más fuerte de éstos fue, primero, la tristeza. Me pareció sentir la tristeza de los que allí descansaban. Después, sentí indignación: tanta muerte y sufrimiento para que a estas alturas reinara la corrupción en las filas de la izquierda progresista (noviembre de 1995). ¿Todo, para esto?. Entonces, me dejé llevar por las emociones pero sé que la realidad no son sólo los casos de corrupción. La realidad es que al final han vencido ellos y han perdido sus verdugos. Si a nuestros hijos les dijéramos por qué luchó cada bando, e ignoraran el resto de la Historia, creerían que la guerra la ganaron los vencidos. Realmente, la perdimos todos.

A la memoria de mi padre (08-05-1930/25-01-2009). Nunca pudo superar el trauma que le supuso la trágica muerte de su padre a los 9 años de edad.
Descanse en paz.
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