14 junio 2005

He conseguido recuperar el artículo de Rosa Montero sobre un cenetista alcoyano condenado a muerte después de la guera civil española.Me impresionó y espero que también os impresione a vosotros.

Rosa Montero
La grandeza de un condenado a muerte
Tengo entre mis manos un pedazo de vida. Turbadora, afanosa, palpitante. Es un libro que me ha pasado un amigo, el profesor Miguel Ors, que se quedó fascinado por su contenido. Son los diarios escritos por un cenetista de Alcoy mientras estaba en el tubo, en la prisión de Alicante, condenado a muerte y esperando a que le ejecutaran. Cosa que sucedió el 16 de septiembre de 1942. Se llamaba Enrique Barberá Tomás, aunque le conocían por el apodo de Carrasca. Había nacido en Alcoy y sólo tenía estudios primarios, pero, como buen anarquista, poseía una notable cultura autodidacta. Era vegetariano y profesor de educación física; formó una sociedad naturista en donde disponían de una pequeña biblioteca y organizaban excursiones, cursos, conferencias: una biografía típicamente libertaria. En la guerra fue jefe de abastecimientos de Alcoy y luchó en el frente de Levante como teniente. Todo eso, al final, le costó la vida. Fue condenado a muerte en un consejo de guerra; cuando le fusilaron tenía 34 años.Es un diario muy hermoso, sobrio y sustancial, un libro de una grandeza moral que conmociona. Durante ocho larguísimos meses, Carrasca vivió con sus compañeros de infortunio sin saber si por la noche sería llevado o no al paredón. Las sacas podían realizarse varias veces a la semana: seis, ocho, doce hombres en cada ocasión. Venían a buscarles entre las doce de la noche y la una; encerrados en sus celdas colectivas, escuchaban cómo se acercaban por el corredor los carceleros, y cómo se detenían delante de su puerta, y cómo chirriaba la llave en la cerradura. Los guardias entraban y leían los nombres en voz alta, como en una lotería horripilante; los hombres designados se vestían con entereza; se ponían las mejores ropas, algunos se perfumaban. Luego se despedían de los amigos sin quebrarse. En esta agonía insoportable pasaban los días, las semanas, los meses, siempre sin saber si iban a vivir hasta la tarde siguiente.Estaban comidos por la muerte. Esa muerte segura y al mismo tiempo incierta, tan cruel, les hacía fijarse obsesivamente en todos los detalles de la vida en la cárcel, para ver si adivinaban a por quién vendrían horas más tarde. Sólo respiraban los fines de semana, porque no había ejecuciones. Además, eran los días de visita. 'He recibido carta de mi compañera, con inaudito dolor me comunica que no pudo venir a verme porque carecía de medios para el viaje, además tiene que librar la terrible batalla de buscar comida para los tres [a los presos los alimentaban sus parientes para que no murieran de desnutrición]', escribe Carrasca. Es un párrafo terrible: muy mal tenía que estar la mujer para no ir, cuando esa podía ser la última vez que viera a su marido. Pero tenían una niña, eran los años del hambre, eran rojos: la mera supervivencia debía de ser toda una hazaña. 'Hoy tampoco tengo visita, otra que se pierde en el desierto de nuestra pobreza'. El libro de Barberá también habla de eso: de la angustia de las familias, del sufrimiento extremo de los perdedores, de la represión en el exterior.Un compañero condenado, guardia civil, les recomendó ponerse un pañuelo blanco en el bolsillo del pecho, para atraer las balas del pelotón y morir más fácilmente; y a partir de entonces Carrasca colocaba el pañuelo a los amigos cuando los sacaban. El diario es un recuento de lo mejor del ser humano, de la heroicidad anónima y callada del vencido, de la capacidad de vivir y morir con dignidad aún en la situación más desesperanzada y más indigna. Al final, también a Carrasca le llegó su hora. Hay un par de cartas estremecedoras que escribió a su mujer mientras estaba en capilla: 'Tengo la entereza necesaria (& ). Tan puro me siento que ni siquiera encuentro en mí el morbo del odio'. Y le dice que, aunque así la mujer no podrá aprovecharlo, se va a poner el pantalón del traje bueno: 'Perdona este último sacrificio que hago por la estética. La belleza y el buen gusto deben de acompañarme a la tumba, ¿piensas igual?'. Las cartas están reproducidas en facsímil: el pulso es perfecto, las letras regulares y armoniosas. Sin duda murió como esperaba morir: encarando la negrura con los ojos abiertos.El diario llegó a manos de la viuda escondido dentro del petate; tras leerlo, la mujer lo metió en una botella y lo enterró, lo cual da una idea del pánico en el que vivía. Ahora la hija ha editado el manuscrito en un modesto volumen costeado por ella. Es un libro luminoso que debería ser publicado por una editorial comercial. Hay que leer estos testimonios para no olvidar; y para saber hasta qué punto pueden ser espléndidos los seres humanos.

"ESTAMPAS DE LUZ". Enrique Barberá Tomás de RBA, Precio:16 € ISBN: 8478710655. 272 p. ; 21x14 cm.