Al
arrancar el coche escuché un ruido bajo el capó y vi salir corriendo
una extraña y oscura bolita de pelo. Como ya teníamos cinco gatos en el jardín y no
deseábamos uno más, en varias ocasiones intentamos capturar al intruso
para llevarlo a un centro comercial, cerca de casa, donde hay bastantes gatitos
a los que les ponen comida (y así evitan las ratas). Fue inútil, no pudimos capturarlo, creció en la
clandestinidad de los rincones del jardín. No tuvo madre, pero tuvo hermanos
mayores. En concreto uno de los gatitos, de carácter más apacible, en cierta forma
lo adoptó. Donde iba su hermano mayor iba él, pero la diferencia de
comportamiento con nosotros era abismal: el pobre intruso nos tenía un miedo
atroz, como es natural.
Hay dos clases de gatos, los que crecen entre las
personas y se dejan acariciar desde pequeños y los que crecen sin ese contacto
humano. Nuestro intruso, de forma asombrosa sin que nosotros lo educáramos, fue
socializado por sus hermanos adoptivos y en la actualidad es uno más entre
ellos, incluso diré que casi ha conseguido ser nuestro favorito.
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