El jazmín
estaba precioso, después de la última poda crecía vigoroso y fragante. Era uno
de los últimos testigos de una época de recuerdos felices: las niñas eran
pequeñas, los problemas también parecían más pequeños y mis padres estaban
sanos y todavía jóvenes.
Ese jazmín era hijo de la hermosa planta que crecía en
la caseta de campo de mis padres: a partir de una ramita semienterrada,
crecieron raíces y pudimos plantarlo en mi casa. Las plantas, las personas o
las familias nacen crecen y se mueren, o se destruyen. Es ley de vida, somos
esclavos del tiempo y del espacio. Nuestra vida transcurre y desaparece en medio de referencias espacio-temporales que siempre creímos esenciales. Ahora, sin embargo, la propia ciencia, a través de la rigurosa física, cuando trata de conjugar las dos teorías más soberbias que tenemos para la comprensión del universo, la física cuántica y la relatividad general, encuentra que ni el espacio ni el tiempo son las dos entidades fundamentales que pensábamos, son emergentes y la entidad fundamental que los determina es cuántica y ligada a la causalidad.
Publicado en El Levante-EMV, el miércoles 17 de agosto de 2016.
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