10 noviembre 2004

Los huérfanos de Paterna.

Ayer estuve con mi padre y mi hermano en el cementerio de Paterna. Allí hay enterrados miles de republicanos fusilados desde que acabó la guerra hasta el año 1957. En su mayoría se encuentran en fosas comunes como la de mi abuelo, en donde hay del orden de varios centenares enterrados.

Cada año, mi padre, como los miles de hijos e hijas que dejaron visitan estas fosas comunes. La tristeza es inmensa, incluso después de 60 años, pues los que se acercan a visitarlas eran entonces niños de 7, 8 ó 9 años, como mi padre. Jamás podrán olvidar el dolor de ese niño, o niña, cuando le arrebataron a su padre de forma brutal.

Allí hay de todos los pueblos de Valencia y de otros sitios de España, desde muchachos de 17 o 18 años hasta abuelos de 70, muchos de ellos campesinos como mi abuelo.
Ayer había una mujer que había venido desde Gandía, nos decía que todos los años, mientras pueda, vendrá a visitar la tumba de su padre. Con lágrimas en los ojos recordaba que era una niña de 8 años cuando lo juzgaron, y pasó todo el juicio escondida escuchándolo todo detrás de la silla de su padre.

Ella como nosotros sacaría de la fosa a su padre, pero se preguntaba cómo lo iba a hacer si en la misma fosa, de apenas 4 metros cuadrados, había varios centenares de personas.
Con ese dolor morirán todos los huérfanos de Paterna como la mayoría de los huérfanos de las fosas comunes de uno y otro bando.

Los huérfanos de Paterna lo serán hasta que mueran. Me sobrecoge pensar en los nuevos huérfanos de Paterna que aparecen cada día en el mundo, y en los años que les quedan para sobrellevar su tragedia.

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