Uno
de mis amigos de la infancia que recuerdo con más cariño es Manolo Gómez G.
Hicimos juntos el primero y segundo de bachiller en mi pueblo, Alginet, allá
por finales de los años 60.Estudiabamos en casa por la mañana y dos maestros,
D. Alfonso Rojas (e hijos) y D. Salvador Guardiola, nos preparaban por la tarde
para presentarnos como alumnos libres en el Instituto de Enseñanza Media de
Algemesí. Era un niño muy despierto y sensible, recuerdo a su precioso gatito
Terensiet y nuestras largas conversaciones, nuestras idas y venidas a mi casa,
a su casa y a la escuela donde nos preparaban.
El
recuerdo de esos tiernos años de la infancia siempre me mantendrá unido a él,
pero ese recuerdo se modela con mucha más fuerza porque gracias a Manolo y a su
experiencia posterior de la vida, que supo trasmitirme, llegó a cambiar mi
visión del mundo adulto en una época, la adolescencia, en donde la influencia
de los amigos puede ser crucial. Después de un periodo de tiempo en que se fue
a vivir y a estudiar a Valencia, volvió cambiado y llegó a cambiarme. La rígida
moral que arrastraba desde la escuela, con la gran influencia de la Iglesia y del Régimen, se
resquebrajó escuchando su nueva visión de la vida a la luz de sus tempranas
experiencias vitales y algo cambió en mi para siempre.
Él
no creo que llegue a leer esta pequeña carta, pero si la lee su tío Nestor, un
empedernido lector del Levante, le ruego que se la pase.Es mi pequeño homenaje
a él y a una preciosa época que, gracias a él, siempre permanecerá en mi
corazón, a pesar del paso del tiempo y de circunstancias adversas que nos han
distanciado.Un abrazo.
Enviada
al Levante el 3/2/2011. Publicada posteriormente en dicho periódico en fecha que ignoro.
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