Después de cenar, me estoy tomando un colacao calentito. Su sabor característico me transporta a otra época, ya lejana. Apenas tengo seis o siete años y estoy merendando en la cocina de la casa de mis padres. Oigo la canción característica que lo anunciaba en la radio, y me caliento en la estufa de hierro de la que sale un gran tubo que se mete en la chimenea. Aquella chimenea pudo truncar el futuro de toda mi familia, estuvo a punto de costarnos la vida a mí y a mi hermanito.

Cuando vino mi madre se lo contamos y nos pusimos todos a llorar. Esa noche hicimos una cena especial. Era verano y recuerdo que cenamos "a la fresca", en el pequeño patio interior de la casa, dando gracias a un Dios al que no solíamos invocar demasiado en mi casa. Después de más de cuarenta años, el sabor de este cacao, asociado a mis vivencias en la vieja cocina de la casa de mis padres, todavía es capaz de hacerme evocar aquellos remotos acontecimientos. .