
Conforme nos hacemos mayores los hacemos caer de ese Olimpo, pero con el tiempo vuelve aquel niño, que nunca dejamos de ser, y los añoramos.Ya no son los más hermosos ni los más poderosos, pero buscamos en nuestro corazón y volvemos a encontrarlos junto al niño que fuimos.
Hace casi ocho meses que ha fallecido, el traqueteo de su tren se detuvo un domingo soleado de enero, en una triste cama de un gris hospital. Y cada vez que voy al cementerio a visitarlo no lo encuentro allí. Lo encuentro en los recuerdos de aquel niño, en el espejo que cada día devuelve mi imagen y la suya.